Los efectos abarcan una gama muy amplia, e influye de modo capital en
ellos el ambiente y la preparación del individuo. He visto personas
llevadas a experiencias beatíficas, y otras empavorecidas hasta
el extremo de jamás repetir. Como en casi todo lo demás
de la vida, las primeras administraciones tienen una intensidad rara vez
recobrable, y por eso mismo conviene cuidarlas más.
Cuando la marihuana es de calidad, son previsibles claros cambios en
la esfera perceptiva. Se captan lados imprevistos en las imágenes
percibidas, el oído -y especialmente la sensibilidad musical- aumentan,
las sensaciones corporales son más intensas, el paladar y el tacto
dejan de ser rutinarios. De puertas adentro, esta suspensión de
las coordenadas cotidianas hace aflorar pensamientos y emociones postergados
o poco accesibles. Con variantes potentes y sujetos bien preparados, cabe
incluso que se produzca una experiencia de éxtasis en el sentido
antes expuesto, con una fase inicial de «vuelo» o recorrido
fugaz por diversos paisajes y otra de «pequeña muerte».
Naturalemente, este tipo de trance resulta tan buscado por quienes sienten
inclinaciones místicas como abominado por quienes pretenden simplemente
pasar el rato, y por sujetos con una autoconciencia cruel. A nivel personal,
diría que el cáñamo me ha proporcionado un par de
experiencias comparables en intensidad a las mayores obtenidas con drogas
visionarias.
Parece haber una polaridad básica, o quizá mejor una alternancia,
en el efecto subjectivo. Por una parte están las risas estentóreas,
la potenciación del lado jovial y cómico de las cosas, la
efusión sentimental inmediata, el gusto por desembarazarse lúdicamente
de inhibiciones culturales y personales. Por otra, hay un elemento de
aprensión y oscura zozobra, una tendencia a ir al fondo -rara vez
risueño- de la realidad, que nos ofrece de modo nítido todo
cuanto pudimos o debimos hacer y no hemos hecho, la dimensión de
incumplimineto inherente a nuestras vidas.
A mi entender, esta combinación de jovialidad y gravedad caracteriza
a todos los fármacos visionarios o psiquedélicos, y es quizá
el factor determinante de que no sean vehículos conformistas
en general, sino sustancias orientadas hacia «vivencias de inspiración»,
usando palabras de W.Benjamin. Como la inspiración no es algo que
pueda ser comparado, o siquiera retenido, sin constantes desvelos, tener
presente su existencia conlleva a la vez entusiasmo y depresividad, alegría
y melancolía. Las drogas no visionarias se emplean precisamente
para esquivar uno de los lados, y allí encuentran su límite.
En cuanto al sexo, la marihuana goza de prestigios no enteramente infundados.
Sin ser un afrodisíaco genital, potencia y matiza las sensaciones
en todas las fases del contacto erótico. Mirar y tocar pueden convertirse
en experiencias nuevas, como el propio orgasmo. Por otra parte, lo fácil
quizá parece demasiado fácil, y lo difícil insuperable,
induciendo desánimo; pero en una civilización obsesionada
por puros rendimientos, como la nuestra actual, este desánimo presenta
virtudes no despreciables, que devuelven formas de espontaneidad y finura
muchas veces dejadas de lado. Desde luego, es incomparablemente más
sutil para el erotismo que desinhibidores como el alcohol, o que puros
estimulantes. Resumiendo sus rasgos a este nivel, diría que hace
a las personas más exigentes de lo común y que, por eso
mismo, verifica una criba a la hora de buscar compañía;
como compensación, proporciona a veces experiencias cualitativamente
distintas.
Fuente: Antonio Escohotado
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